Sobre la naturaleza de las cebras (parte 1)

Habían pasado semanas, meses... no tenía muy claro cuanto tiempo desde que él se marchó. Aquel chico capaz de traerle una cebra desde el otro lado del mundo solo para que ella pudiera estudiarla de cerca, solo porque no se creía que existieran.
Desde aquel día en que él se marchó hacía lo mismo a las cuatro en punto de la tarde: Caminaba recogiendose sus faldas hasta el campo más alejado de la finca de la familia. Observaba las colinas, los valles y los carruajes que andaban a lo lejos por el camino principal. Acto seguido se tumbaba en la hierba que por aquel mes de primavera estaba más verde que nunca, pensaba en lo estupida que había sido... aún viendo como aquella mañana él salía de su alcoba y se montaba en su caballo, aún habiendolo visto por la ventana del piso superior... le había dejado marchar. Puede que no tuviera otra opción que esa, puede que fuera lo correcto, pero no era lo que ella quería.
Después de recordar momentos entrañables cerraba los ojos, y acababa susurrando siempre lo mismo, alrededor de las cuatro y veintitres minutos: "Te quiero".